sábado, 24 de enero de 2009

De mayor quiero ser como Berlín (I)

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir había retrocedido unos cuantos años atrás. Ante mí la puerta de Brandenburgo, el antiguo Reichstag y un pedacito de muro que un día separó la Historia de un mismo pueblo.
Quería pasear por las calles de Berlín, por las calles de la Historia más reciente... más reciente y congelada, porque aquel día la capital alemana estaba congelada.
Un café bien cargado y el humo de mi cigarro sería suficiente para afrontar una buena ración de Historia a temperaturas bajo cero.
Crucé la puerta alemana por antonomasia y en pocos minutos me había adentrado en la Alemania Nazi de los años años treinta. Bajo los arcos retumbó en mi cabeza el eco de lo que un día fueron los pasos firmes y belicosos de los soldados nazionalsocialistas, que, cual preludio, alertaban a la ciudad de su protagonismo en varias páginas que la Historia había reservado al mundo.
Enseguida, lo que parecía que sería un Imperio de mil años se fue diluyendo en imágenes que se antojaban dolorosas. Y de pronto, se alzaba ante mí un inmenso mar de bloques de hormigón dispuestos en forma laberíntica. Entonces surgió en mí el horror y la angustia, me dio la sensación de que la muerte había construido ese lugar. Y no era para menos, Berlín representaba la tumba improvisada de millones de personas durante la II Guerra.
Por un instante me sentí ahogada en aquel mar cada vez más profundo, y por si fuera poco, las temperaturas gélidas de la ciudad esa mañana, contribuían a darle más realismo a mi curioso retroceso histórico.
También el antiguo Reichstag, el actual Bundenstag Alemán, que ese día estaba rodeado de una pista helada, se desvirtuó ligeramente para mostrarme las llamas que lo devoraron poco después de que Hitler asumiera el poder.
Y eso mismo me ocurrió con cada lugar con el que la Historia se había cebado: la plaza donde tantos libros quemaron los nazis, el búnker del Führer o incluso la embajada suiza, prácticamente el único edificio que no fue bombardeado durante la contienda.
A pocos minutos de allí se alzaban un montón de piedras que me atrevería a calificarlas de únicas. En el corazón de la derrota se erigía un monumento conmemorativo a los vencedores. Era la primera vez que comprendía el verdadero significado de la expresión "saber perder".
Me pareció entonces que la Guerra había acabado.

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